Hoy, 15 de mayo, Colombia conmemora el Día del Maestro. Pero para miles de docentes en todo el país, esta fecha no es sinónimo de celebración, sino de resistencia. De lucha diaria por educar en medio de carencias, de burocracia y de indiferencia estatal.
María y Juan no se conocen. Viven en mundos distintos, pero enfrentan las mismas batallas.
Ella es maestra en una institución pública del sur de una ciudad congestionada. Él enseña en una escuela rural en el corazón del campo colombiano. Cada uno desde su aula improvisada —ella entre paredes agrietadas y ventanas rotas; él bajo un techo de zinc con más goteras que pupitres— representa el rostro invisible del magisterio colombiano.
María llega cada mañana a su salón con fotocopias que paga de su bolsillo, porque varios de sus estudiantes no tienen ni para un cuaderno. Hace rifas para comprar marcadores, lleva su propio ventilador, y muchas veces, también su paciencia, para enfrentar grupos de más de 40 niños en aulas donde apenas hay espacio para respirar.
Juan camina dos horas cada lunes por trochas llenas de barro. Lleva en su maleta libros, tizas, y algo más: meriendas y útiles que él mismo compra en el pueblo para sus estudiantes, niños que a veces llegan sin desayunar, pero con ganas de aprender. En su escuela no hay internet. Tampoco biblioteca. Pero hay algo que no falta: su vocación.
Ambos han sentido el peso del abandono. De las promesas incumplidas. De los pagos retrasados y los discursos huecos. Y, sin embargo, cada vez que uno de sus estudiantes escribe su primer párrafo, resuelve una operación matemática o se atreve a soñar con una universidad, ellos encuentran sentido a todo.
María y Juan son solo dos entre miles. Hombres y mujeres que educan con lo que tienen, y muchas veces, con lo que no. Que enseñan mientras el mundo les da la espalda. Que sostienen las aulas del país con esfuerzo, creatividad, y una inmensa dosis de amor.
Hoy, el homenaje es para ellos.
Para quienes han hecho de la tiza un acto de esperanza.
Para quienes, sin reflectores ni aplausos, han decidido sembrar futuro donde otros solo ven carencias.
Porque mientras el país sigue buscando su rumbo, hay un ejército silencioso de maestros que ya está construyendo el mañana. Un Niño a la vez.